viernes, 21 de agosto de 2009

MUJERES MISIONERAS

Las mujeres y la misión

Trinidad León *

No resulta nada extraño encontrar a las mujeres plenamente enroladas en la tarea evangelizadora por el Reino que corresponde a la esencia de la Iglesia. Dicho de otra manera: tender la mirada hacia el sector femenino que realiza la misión evangelizadora de la Iglesia no es más que tomar conciencia de que ellas están ahí. A alguien le puede parecer algo obvio, pero no lo es. Quien sepa algo sobre la historia de la condición femenina, de su permanente estado de invisibilidad política, de su destino colectivo de culpabilidad moral, de su autoconciencia de secundariedad frente al varón, de su incapacidad para representar lo divino en el ámbito de la institución eclesial…, podrá entender la razón de que las mujeres hayan sido, desde el principio el soporte silencioso e invisible de la misión; más dignas cuanto más silenciosas e invisibles.

Publicado el 01 de abril de 2007


Es ocioso advertir que el presente plantea una clara superación de esas categorías. El papel que las mujeres tienen y tendrán dentro de la misión de la Iglesia, su aporte específico y diferente, está sustentado por la toma de conciencia de lo que ellas representan en la vida de la comunidad humana y de la comunidad cristiana, en concreto.

Las mujeres están en la misión y actúan en la misión de una manera completamente responsable y en una medida muy superior a la que se les quiere reconocer. En la mayoría de los casos padecen una devaluación eclesiástica o clerical que las sitúa por debajo de su preparación personal, teológica y profesional en relación con los varones con los que trabajan. No digo “codo con codo” porque con frecuencia se ven solas y esporádicamente asistidas, ellas y sus comunidades, por los servicios de un varón ordenado ministerialmente en la Iglesia. La incongruencia es que muchas tareas misioneras se llevan a cabo gracias al número de mujeres dedicadas a tiempo pleno a la evangelización: la situación de hecho es que las mujeres ejercen en la misión lo que paradójicamente se les niega en otros lugares. Ministerios diversos y creativos dentro de las comunidades constituyen una labor sumergida que no tiene equivalente fuera del ámbito misionero. Su generosa y humilde entrega es reconocida y estimada en casi todos los documentos del Magisterio que se dedican a este tema, pero sin que ello suponga una verdadera sensibilidad y cambio de perspectiva de la institución eclesial respecto a ellas.

Es verdad que, en el ámbito de lo social, las mujeres hemos llegado tarde a muchos lugares tradicionalmente reservados a los varones (y no por falta de representantes, sino por la consabida invisibilidad y reclusión a la que se nos ha sometido); dentro de la misión de la Iglesia, las mujeres siempre han estado ahí: las primeras y las que más.

Pero como si no…
Preguntémonos, por ejemplo ¿Cuál es la situación de las mujeres dentro de la organización ministerial y de la misión? Sin duda, la participación en los servicios de ayuda a los clérigos y misioneros no plantea ningún problema, en tanto las mujeres asumen sumisamente ese papel, pero sí hay problema cuando ellas pretenden ofrecer puntos de vista propios y activar proyectos que nacen del contacto directo y permanente con la comunidad y sus necesidades espirituales. Entonces sí pueden surgir, y de hecho surgen, problemas fuertes y dolorosos. ¿Continuará siendo así en el futuro? Mucho me temo que en la medida en que las mujeres lleguen a la misión eclesial con un bagaje teológico y profesional cada vez más cualificado y los ministros ordenados pretendan guardar para sí derechos y deberes que corresponden a toda persona bautizada, los problemas se harán cada vez más patentes. En estos momentos, las misioneras (religiosas y laicas) de la Iglesia tienen acumulada en el corazón mismo su condición de mujeres y de creyentes, toda la experiencia de siglos de acción apostólica y misionera y muchas no están dispuestas a dejar su luz bajo el celemín, sino que quieren que brille en lo alto, para bien de la propia misión del Reino.

Mujeres misioneras: testigos visibles del evangelio
El papel de las mujeres en la Iglesia ha sido como el de las matriarcas del Antiguo Testamento, un papel de “trastienda” (Gen 18,9). Sin constituir todavía una corriente generalizada, pues no hay que olvidar que muchas misioneras pertenecen a generaciones formadas en la idea de que, precisamente el valor de su misión consistía en dar mucho, en darlo todo, en el mayor anonimato posible. Se va dando una variación notable en el modo de entrega de la misión; es un modo, a mi entender, menos exaltado, menos exultante, pero más consciente y responsable. Y en el futuro lo será aún más. Será una entrega verdaderamente cualificada, no sólo a nivel espiritual sino a todos los niveles humanos y profesionales. Las mujeres se saben, y se sabrán aún más en el futuro, sujetos activos de la evangelización, siendo conscientes del tesoro que llevan en sus manos, en los labios, pero, sobre todo, en el corazón y en la propia vida.

El paradigma futuro de mujeres misioneras no es la sumisión evangélica sino el coraje evangélico. Se quiera o no, es posible que en contra de la sensibilidad de muchas, se está pasando de estar “detrás” (detrás del cura, del fraile, del médico o del ingeniero…) a estar “delante”, ejerciendo ministerios a todas luces eclesiales y evangélicos, pero también sociales y profesionales. Será una misión de vanguardia: no de la acción, en la que siempre se ha estado, sino de la visión, a la que siempre se ha renunciado. Este paradigma de visibilidad testimonial implica tanto a mujeres como a hombres. En la misión, más que en ningún otro lugar de la comunidad creyente, se descubre hasta qué punto la fraternidad es testimonio atrayente y fuente del verdadero encuentro con el Señor que envía, tanto de los evangelizadores como de los evangelizados.

En este sentido, una aportación al futuro de la misión, gestándose ya en el presente, que importa mucho es el cambio de lenguaje, de ese lenguaje que se transmite no sólo con palabras sino con gestos, actitudes, ideas… se trata de reconsiderar la carga cultural que transmitimos a través de nuestro lenguaje en general y de hacernos objeto de una sincera autocrítica: ¿evangelizamos o simplemente culturalizamos?… La misión evangelizadora es una actividad humana, por más que esté motivada por la fe y sea fortalecida interiormente por el Espíritu, así que su configuración u organización mantiene una estrecha vinculación con la organización social que hemos vivido y con los patrones culturales que conocemos.

Resulta difícil desprendernos de ello, aún en aras de la universalidad del Evangelio. Pero, conocer esta realidad y aceptarla no es necesariamente un obstáculo, puede convertirse en el elemento preciso para comenzar a vivir el proceso personal de liberación que supone el envío-misión. Sin duda, la presencia encarnada de mujeres capaces de reconocer los ídolos de la propia cultura y de romper las imágenes culturales que desfiguran la imagen de Dios, es y será uno de los aportes importantes de las mujeres a la misión del futuro. Cualquiera puede pensar que ésta no es una novedad ahora ni mucho menos para el futuro, cualquiera que siga empeñado en no ver “la tienda” tras la que culturas enteras, también la nuestra…, religiones, también la nuestra, han encerrado a las mujeres y las han hecho siervas ocultas de todo, incluso de la Buena Noticia.

El presente de la misión femenina
La comprensión tradicional de la misión, el aporte que se puede esperar de la fuerza femenina, no tendrá nada de novedad evangélica si no se afirma en el presente. El presente es la mediación necesaria entre el pasado sacrificado y el futuro resucitado. La canonización de lo masculino como agente principal de todo servicio o misión en la Iglesia (por más que se señale al Espíritu como el Agente), no ha pasado. Es más, en muchos países de misión, de reciente o nueva evangelización: países africanos, latinoamericanos o asiáticos, la sublimación y canonización de lo masculino raya, todavía, con lo idolátrico. Lo que en los países de vieja evangelización o de reevangelización (Europa, Estados Unidos, Canadá) supone un camino recorrido a favor de la distinción y de la igualdad entre creyentes, hombres y mujeres, en muchos de aquellos continúa siendo una realidad silenciada e incluso prostituida dentro de la sociedad y dentro de la Iglesia. En el futuro de la evangelización no podrá ser así, ¡no debería ser así!

La aportación de las mujeres en este sentido es todo un reto. “Poneos, pues, en camino” (Mt 28, 19) supone afrontar la tarea común de construir una comunidad eclesial verdaderamente participativa, donde cada creyente (hombre o mujer) sean co-responsables de la misión, donde se fomente el acercamiento de todos a los ideales y valores del evangelio, que son los valores e ideales del Reino, y no siempre, desgraciadamente, los de la estructura humana-social de la Iglesia.

Las mujeres pueden aportar a la misión la frescura de la experiencia de Dios vivida en clave de pasión por los marginados, porque ellas lo han sido a lo largo de la historia y saben, conocen, el sentido desgarrado del grito que se silencia por la fuerza del poder, sea del signo que sea. Aportarán sin duda, el coraje para lograr una Iglesia ministerial en la que la presencia de la mujer sea visible y audible. “El camino misericordioso iniciado por el Maestro es el único existente para la Iglesia, que peregrina tras sus mismas huellas. Su acción liberadora nace y se desarrolla a partir de las entrañas misericordiosas de su Dios. Por ello, más que una alternativa histórica, su compromiso adquiere los rasgos de una nueva creación”. Éste será siempre el aporte esencial de las mujeres a la misión de la Iglesia.

La predicación del Reino, como clave fundamental de la misión, fue el punto de partida de la Iglesia y de la fe de la primera comunidad cristiana, ha sustentado esa misma fe a lo largo de los siglos, de siglos de hierro y barro por los que ha atravesado esta comunidad creyente, y ha vitalizado constantemente la vida de todos aquellos sobre los que el Señor ha derramado su Espíritu. Si hasta el presente no hemos logrado que la configuración con Cristo sea el paradigma del mundo y de las sociedades a las que la Iglesia evangeliza, sabemos que se debe, con mucho, a la debilidad e incoherencia con que la misión se ejerce, por parte de quienes somos sus agentes visibles. La comunidad que nace de Jesucristo resucitado y de la efusión de su Espíritu, sigue plasmando y pariendo “con dolor” (Rom 8, 22-23) la nueva creación.

Concluyendo
Las mujeres en la Iglesia hoy son herederas directas de una tradición que tienen su origen en las palabras que el evangelista pone en boca de Jesús : “Id por todo el mundo y anunciad el evangelio…” (Cf. Mt, 28, 18-20). La gracia y la redención que Dios ofrece en Jesús, como no está basada en roles jerárquicos ni en status sociales propios de una estructuración injusta y desequilibrante de la comunidad y de la humanidad, sino que es libre y siempre recreadora, gratuita y gratificante para los que la quieren recibir, tampoco sabe de fronteras, de lenguas ni de culturas diversas y, con frecuencia, enfrentadas. La gracia de Dios en Jesucristo continúa encarnándose libremente hoy, como ayer y como siempre, en ese mundo “que Dios ama” (Cf. Jn 3, 16) y las mujeres de la Iglesia, liberadas de ciertas tutelas más empobrecedoras que fortalecientes, sabrán hacerla llegar a los campos del Señor, que son muchos y muy extendidos.

Afirmar, en los inmensos campos de misión, que la salvación del mundo no depende de las grandes multinacionales ni de la economía liberal, de la tecnología ni de la ciencia, del consumismo de unos pocos ni de la mendicidad de muchos, de los fabricantes de armas ni de los señores de la guerra…, es tarea misionera de las mujeres y de los hombres de fe. Puede que suene a pretensión, pero, puesto que las mujeres histórica, social y culturalmente están menos implicadas en todas esas estructuras estrangulantes del poder, puede que también logren alcanzar una prospectiva más limpia, menos contaminada, para seguir denunciando esas estructuras injustas y anunciando la primacía absoluta, aquí y ahora, del Reino de Dios.

* Mercedaria de la Caridad, Doctora en Teología por la Universidad Gregoriana, Profesora de la Facultad de Teología de Granada, ha trabajado10 años como misionera en América Latina.




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