lunes, 14 de septiembre de 2009

Diana es una mujer intensa, de una gran energía. La conocía sólo de vista y me inspiraba un gran respeto y cierto temor, tal vez por la fuerza de su mirada. Pero a causa del trabajo, me tocó el turno de convivir con ella y caí en la cuenta que la idea que tenía de su personalidad sólo correspondía al 50 por ciento. Conocí a la mujer alegre, dinámica, madre amorosa y trabajadora incansable. Como siempre tenía una sonrisa para quien se le acercara, me sorprendió encontrarla con cara de franca tristeza. No pude evitar preguntarle a qué se debía su estado de ánimo, y así me enteré que a Marcela, su mejor amiga, le acababan de diagnosticar cáncer. Amigas de más de dos décadas, desde la temprana juventud, habían compartido estudios, viajes, sueños, alegrías, tristezas. Marcela no tenía familia, ni pareja, ni hijos. Y ahora, a los 40, la vida le ponía frente a una dura prueba que había de afrontar sola. Pero no lo estaba del todo: Diana, su mejor amiga, no la dejaría sola jamás.Así como se habían acompañado a fiestas y viajes, bodas y conciertos, ahora iban juntas al médico, estudios, hospitales dentro y fuera de la ciudad. Diana compartía generosamente su tiempo, su esperanza y hasta su dinero. Había una oportunidad de aumentar la cantidad y calidad de vida de Marcela: una operación riesgosa y cara. Ella no tenía el dinero suficiente, pero Diana dijo: “adelante”.En la intervención, los médicos descubrieron que el cáncer había invadido otros órganos, no había nada que hacer. Empezó la cuenta regresiva para Marcela. De regreso en la ciudad, Diana la llevó a vivir a su casa para estar con ella todo el tiempo posible. La cuidó, la mimó y ya que viajar había sido siempre una pasión compartida, empezaron a planear el último viaje juntas, donde rentarían un autobús y extenderían la invitación a todos los conocidos para divertirse al máximo. Pero la enfermedad avanzó muy rápido y al último destino de Marcela, Diana no pudo ir, sólo la acompañó hasta el umbral.La sabia filosofía popular reza: “Los verdaderos amigos, se conocen en el hospital y en la cárcel”. Y quienes llegan ahí, a veces son quienes menos esperabas. Porque la amistad verdadera, la buena, es un manantial de solidaridad, lealtad, respeto y amor.Pero no debemos olvidar, que como todo gran sentimiento, la amistad debe cultivarse día con día. No tiene fechas específicas. Celebra a diario el milagro de contar con un verdadero amigo, abre bien los ojos para reconocerlo y cuídalo, dedícale tiempo, cariño y respeto.Yo, por mi parte, ambicionó la amistad de estas grandes mujeres y espero algún día tener a alguien tan leal a mi lado, o tener la fuerza de responder con ese gran amor si me toca del otro lado.

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